
El coraje tiene dos rostros, el de avanzar y el de detenerse o de retirarse. En la vida de los individuos, de las empresas y de los pueblos, hay momentos particularmente favorables en los que se pueden hacer cosas extraordinarias. En esos momentos se puede forzar el destino, atreverse, lanzarse hacia adelante. Los griegos llamaban Kairós a ese momento excepcional. Pero es preciso saber reconocer la ocasión, el momento propicio. Y para poder hacerlo es menester una inteligencia lúcida, saber descifrar las señales que nos llegan de la realidad, pero también requiere un esfuerzo por nuestra parte. Porque todos tendemos a pensar que las cosas continuarán del mismo modo, nos aferramos a los hábitos y tenemos miedo de arriesgarnos.A menudo las señales que nos llegan de la realidad son intensas, pero nosotros no sabemos captarlas. En Italia, apenas terminada la guerra, la gente tenía ganas de vivir y de estar bien. Pero los ideólogos, los intelectuales y los economistas no lo entendieron.
Por ejemplo, pensaban que la motorización llegaría muy tarde y, como en otros países, con el automóvil. Por suerte hubo empresarios que sí entendieron las necesidades de la gente y su deseo de movilidad.
Pero si hace falta intuición y coraje para lanzarse hacia adelante cuando las circunstancias son favorables, también hace falta intuición y coraje para darse cuenta de que las circunstancias son adversas y de que ha llegado el momento de detenerse o de retirarse.