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viernes, 1 de enero de 2010

Huellas

Una noche, un hombre tuvo un sueño. Soño que él caminaba por la playa con el Señor. A traves del cielo pasaban escenas de su vida. En cada escena, el veia un par dos pares de huellas de pies en la arena, un par era de él y el otro del Señor.
Después que vio la última escena de su vida, el hombre volteó para mirar las huellas de pies en la arena y noto que muchas veces a lo largo del sendero de su vida había solamente un par de huellas. Tambien noto que esto pasaba en los momentos mas tristes y penosos de su vida.
Esto le preocupo realmente y le pregunto al Señor:
"Señor, Tu me dijiste que una vez que yo hubiera decidido seguirte, Tu me acompañarías para siempre. Pero he notado que durante los momentos mas dificiles de mi vida habia solamente un par de huellas. No comprendo por que, cuando yo más necesitaba, Tu me abandonaste".
El Señor le respondió: "Mi hijo querido, muy preciado, te amo y nunca te dejaría. Durante tus momentos de prueba doliente, cuando tu veías sólo un par de huellas, era cuando yo te llevaba cargado en mis brazos".

viernes, 30 de enero de 2009

La tristeza y la furia


En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizá donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta... donde las cosas no tangibles, se vuelven concretas... había una vez una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores y donde miles de verdes se reflejaban permanentemente...
Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse, haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia.
Las dos se quitaron sus vestimentas y, desnudas, entraron al agua.
La furia, apurada (como siempre está la furia), urgida -sin saber por qué- se bañó rápidamente y más rápidamente aún, salió del estanque...
Pero la furia es ciega, o por lo menos, nos distingue claramente la realidad, así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró, que resultó no ser la suya, sino la de la tristeza...
Así vestida de tristeza, la furia desapareció en el bosque.
Muy calma, y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y, sin apuro (o mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del agua. Ya en la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba.
Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia.
Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta furia es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad... está escondida la tristeza.
Así nos sucede a todos. Avasallados por un dolor que nos inunda, decidimos cambiar -sin ser conscientes de lo que hacemos- nuestro dolor por el enojo. En algún lugar creemos que manejamos mejor a éste que a aquél. Nos enojamos con la muerte de un ser querido. Nos ponemos furiosos con la infidelidad del ser amado. Conectamos con la ira cuando las cosas públicas de nuestro querido país no terminan de acomodarse. Reprochamos, enojados, a nuestro mejor amigo que nos tiene un poco olvidados...
En realidad, detrás de todas estas reacciones, una emoción más aunténtica nos invade. Nos duele, nos apena, nos lastima, nos entristece.
Como profesional de la salud y como investigador de la conducta humana, le puedo asegurar que sería mejor aprender y ejercitar el conectarnos cada vez más con nuestras emociones, cualesquiera que sean.
Hoy le propongo que dejemos de escondernos detrás de nuestra furia. Le propongo llorar en vez de gritar. Le propongo sentir su tristeza en lugar de su enojo. Le propongo poner en palabras lo que siente, en lugar de dañar a los que quiere para tapar su dolor.
No es un camino fácil ni placentero pero es, sin lugar a dudas, el camino más corto a nuestro desarrollo como personas y a la conquista del mayor de los desafíos: animarnos a ser quienes somos.